viernes, 30 de octubre de 2009

Génesis 8 bis

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Después de cuarenta días, Noé quiso comprobar si las aguas por fin se habían secado y soltó una paloma que tras volar durante horas regresó exhausta buscando una superficie en la cubierta donde posarse para descansar. Siete días más tarde -intuyendo ya la amenaza de un motín causado por la escasez de alimentos- volvió a soltarla confiando que encontrara tierra, pero de nuevo regresó agotada, sin ningún indicio de la bajada de las aguas. Esperó otra semana y casi sin esperanzas liberó de nuevo a la paloma. Esta vez regresó con una ramita de olivo en el pico, pero el águila la divisó en el horizonte antes que el capitán del arca y, muerta de hambre como estaba, la devoró. Al ver que no regresaba la paloma, Noé perdió la fe y se arrojó por la borda. Extendida la noticia entre la tripulación, su familia fue devorada por los animales poco antes de encallar en tierra firme. Más tarde, Dios solucionó el imprevisto con un poco de barro, un par de soplos y una pequeña manipulación de las escrituras.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Ópera

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¿Voces arrebatadoras? ¿Sopranos cautivadoras? ¿Cantos conmovedores? Pues yo no creo que sea para tanto, susurra indignada al finalizar el primer acto mientras agita las escamas ocultas bajo el largo vestido.

lunes, 26 de octubre de 2009

Replay

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El campeonato se decide en esa última jornada así que nada va a moverlo ya del sillón situado enfrente del televisor, ni la falta de cigarrillos ni las recomendaciones del doctor. Además, el comentarista acaba de anunciar que el eterno rival ha perdido su partido contra todo pronóstico, así que a su equipo le basta sólo un gol para alzar una copa que se le ha resistido durante toda la historia del club. Pero poco falta para el pitido final y ese gol –con el que ha soñado desde niño, durante toda su larga vida- no llega. No le queda casi tiempo. Ni uñas. Pero la esperanza no debe perderse nunca. En la última jugada, sobrepasado ya el tiempo de descuento, el delantero de su equipo se planta solo ante el portero y le eleva el balón con una suave vaselina. La pelota va describiendo una fina parábola mientras él, con la vista clavada en la pantalla, va repitiendo sí, va, por favor, sí, sí. Pero no. El balón toca el travesaño y sale fuera de puerta en el preciso instante que el árbitro señala el final del encuentro, diluyendo sus sueños con tres toques cortos de silbato.

Hundido en el sillón, casi sin parpadear, se niega a asumir la derrota. Sabe que su equipo no tendrá otra oportunidad como esa y en el caso que la tuviera, él ya no vivirá para verlo. La edad no perdona. Mientras, el realizador se empeña en fastidiarle repitiendo la ocasión que acaba de desperdiciar el que hasta hace unos instantes era su ídolo. Observa de nuevo cómo, tras romper el fuera de juego de la defensa rival, el delantero se queda solo ante el guardameta y le pica el balón por encima. Acompaña de nuevo el arco que describe la pelota, a cámara lenta, pero esta vez la pelota toca el travesaño y se cuela en la portería. Las siguientes repeticiones, desde todos los ángulos posibles, vuelven a mostrar cómo el balón acaba entre las redes, una y otra vez, tras golpear la madera. Su corazón no soporta tanta emoción y se detiene -dejándole una sonrisa de satisfacción en los labios- momentos antes de que se empiecen a escuchar en la calle los vítores y gritos de la hinchada rival celebrando el título.

jueves, 22 de octubre de 2009

Adicta al fútbol


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Cuando retozo entre las sábanas de mi cama con mi amante, sólo los sábados o los domingos, aunque también algún día entre semana, me encanta escuchar los partidos de fútbol por la radio. Me excita. Me enciende como ninguna otra cosa. Oír esa voz ya tan conocida estremeciéndose en cada oportunidad, en cada remate, jadeando y celebrando los goles desde su puesto de comentarista en el estadio, mientras yo, tan lejos de él, consumo mi infidelidad, me pone a mil. Mi amante cree que se trata de una perversión inconfesable como cualquier otra, y no le da mayor importancia. Mejor así; no sé cómo reaccionaría si se enterase que el locutor es mi marido.

martes, 20 de octubre de 2009

Funerales


--> -->Por lo regular no nos molestamos en acompañar al difunto hasta la bóveda o sepultura, sino que damos media vuelta y salimos todos juntos, comentando las incidencias del velorio.
Julio Cortázar, “Conducta en los velorios”
Historias de cronopios y de famas
¿Que si conocía al difunto? Claro que no. No hace falta conocerlo para venir a su funeral. Créame, joven, incluso es más divertido si no se le conoce de nada. Y no soy la única, no se vaya pensar. Todas ésas que ve ahí, sí, ahí a mi derecha, son amigas mías y tampoco saben quién es. O mejor dicho, quién fue. Se estará preguntando por qué venimos entonces, ¿no? La respuesta es bien sencilla. A nuestra edad hay pocas cosas que consigan entretenernos y un funeral es una de ellas. No ponga esa cara, joven, no es tan extraño. Con la pensión que tenemos no nos podemos permitir despilfarrar el dinero en cines o en teatros, y asistir a un funeral tampoco está tan mal. Créame, a nosotras incluso nos apasiona. Casi todas las tardes miramos la página de esquelas en el diario y elegimos cuál será el más interesante del día siguiente. Discutimos en muchas ocasiones, sabe, porque tenemos gustos distintos, pero al final siempre nos ponemos de acuerdo y elegimos uno. Bueno, casi siempre. A veces es difícil decidirse por uno en concreto y vamos a dos o tres funerales el mismo día, para que ninguna de nosotras se disguste. Pero esos días acabamos muy agotadas. Porque, oiga, elegir uno entre tantos es una tarea muy complicada. A unas nos gustan los funerales de jóvenes; se llora muchísimo, el dolor y las emociones no se pueden reprimir, y con un poco de suerte podemos ver el desmayo de la madre y cómo se la llevan al exterior los servicios de urgencia entre murmullos. Es un espectáculo conmovedor. Y real, no como en el teatro o en el cine. Sepa que no hay nada que me enoje más que ver reaparecer, cuando la función ya ha terminado, a Romeo y Julieta entre aplausos mientras yo todavía estoy llorando sus muertes. Aunque a esos funerales hay que llegar media horita antes para poder encontrar un hueco entre los bancos, es lo malo que tienen, porque a nuestra edad ya se imaginará que no estamos para aguantar de pie toda la ceremonia. En cambio a otras les gustan los funerales de ancianos. Son más tranquilos, porque la familia ya se ha hecho a la idea; es una muerte que no se desea, pero se espera resignado su llegada, ya se sabe, los tópicos de siempre, para que esté sufriendo es mejor que nos deje, y esas cosas. A mi me aburren porque hay poca gente pero a veces no hay otra opción.
Además, a mi me encantan las flores, sabe joven, y ya me dirá usted en qué otro lugar se pueden ver tantas y tan bonitas hoy en día. ¿A usted no le gustan las flores, verdad? Ya me parecía. A mi tampoco me gustaban pero con el paso de los años he ido cambiando y ahora no puedo vivir sin ellas. Y es una pena porque en estos tiempos si una quiere que le regalen rosas ya puede ir pensando en morirse, porque sino no hay manera. No se ría, por favor. Cuando yo era joven me regalaban ramos casi todos los días y ahora ya sólo aspiro a una corona con dedicatoria. Ya ve cómo están las cosas a mi edad. ¿Quiere que le cuente un secreto? En todos estos años que llevo viniendo a funerales he llegado a una conclusión. Acérquese, joven, que no quiero que me oigan, porque hoy se da el caso. Cuando a un difunto lo despiden con muchas flores es que no le han demostrado en vida todo lo que le querían. Y entonces compran flores y más flores para evidenciar ante los que venimos a su funeral, porque el difunto ya no las puede ver, la buena relación que tenían. Pero a mi edad, joven, ya no me engañan. Y luego están los sacerdotes, que cada uno tiene su propio estilo. Los hay que declaman como verdaderos actores, como el de la Parroquia de San José, en el centro, pero también están los que hablan sin ganas ni emoción, o los que leen a toda prisa para poder terminar cuanto antes la ceremonia. Qué falta de consideración. Y créame, de los primeros, de los buenos, hay muy pocos. Si quiere que le diga la verdad es una pena que en las esquelas no aparezca el nombre del sacerdote que oficiará el funeral, porque de ese modo nos evitaríamos muchas decepciones. Sí, joven, no me mire así. Hay días en que vamos ilusionadas a un funeral, esperando ver un gran espectáculo, y por culpa del sacerdote nos tenemos que marchar antes de la eucaristía, sin poder dar el pésame a la familia. Y créame que es mucho más humillante que levantarse de la butaca del cine o del teatro.
Pero lo mejor, joven, es entrar en la iglesia sin saber ni siquiera el nombre del difunto. Porque a veces vamos a los funerales sin haber mirado las páginas de esquelas, y entonces dejamos que el funeral nos elija a nosotras y no nosotras a él. En esos casos nos divertimos intentando adivinar el sexo y la edad del fallecido, porque sepa que por las caras y el aspecto de la familia se puede saber si el difunto es hombre o mujer, y se puede acertar su edad con un margen de error muy pequeño. Me avergüenza un poco decirle esto, joven, pero a veces incluso apostamos algo de dinero. Pero muy poco, no se crea, sólo para darle una pizca de emoción, ya le he dicho lo de la pensión. Por cierto, ¿usted conoce al difunto?, porque si es hombre y tiene setenta y dos años me llevaré un buen pellizco.

martes, 13 de octubre de 2009

Prêt-à-porter

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Las persianas bajan a las nueve en punto de la noche, ocultando el interior a las miradas curiosas e insomnes de la calle. Entonces, cuando se queda sola en la tienda tras una interminable jornada laboral de la que no puede quejarse pues carece de contrato, ocupa las horas probándose vestidos, faldas, blusas y bolsos, soñando con una vida mejor, más libre. Al amanecer, después de una noche de fantasía y quimeras, vuelve a enfundarse la ropa de trabajo y se coloca en el escaparate, adoptando la rígida postura forzada de cada día, esperando que suban de nuevo las persianas.

viernes, 9 de octubre de 2009

Génesis 22 bis


Les pareció a todos que Abraham actuó con clemencia y justicia cuando, ya con el cuchillo en la mano, le perdonó la vida a su hijo. A todos, menos a mí, que fui el carnero encargado de suplir a Isaac en el altar del sacrificio.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Feliz aniversario


Regresa a casa pasadas las once y mientras cierra la puerta con sigilo lanza -alargando las os más de lo habitual- un hola cariño, qué tal, que se queda sin respuesta. Cuando aparece por el marco de la puerta, todavía sin sacarse el abrigo, encuentra a su mujer de brazos cruzados, apretando los labios y frunciendo el ceño.


- De dónde vienes a estas horas- le pregunta a quemarropa.

- Nada, que he tenido que ir...

- Cállate, haz el favor. No aguanto más excusas. En realidad me da igual de dónde vienes. Cada año lo mismo. ¿No sabes qué día es hoy?

- Cariño no te pongas así, yo te lo explico; resulta que...

- Ni siquiera lo recuerdas. Debería darte vergüenza. Pero que va a darte a ti, que jamás en todo este tiempo has tenido un detalle conmigo. La culpa es mía, por esperar un gesto tuyo. Si ya no te pido joyas, o viajes, o un fin de semana romántico en un hotel, tú y yo solos. Si me conformaría con unas flores. Pero ni eso. Mira que soy ilusa.

- Princesa, no te pongas así. Lo que ha pasado es que....

- Vale, por favor. Y no me llames princesa. Estoy harta del mismo número cada año. Mira, ¿sabes qué? Me voy a la cama. Y que duermas bien en el sofá. A ver si así la próxima vez te acuerdas.


Cruza por su lado sin tan siquiera mirarle y cierra la puerta del dormitorio con un sonoro portazo. Desconcertado, arrastrando los pies, sale de la salita y se acerca al armario en desuso que hay en el pasillo. Tantea la parte superior, a ciegas, hasta que da con una pequeña llave. Tras soplarla para quitarle el polvo, la utiliza para abrir con un chirrido el cajón inferior y colocar -sobre un manto de pétalos secos, unas reservas de hotel caducadas y unas viejas entradas de teatro- una cajita, adornada con un lazo, que contiene el anillo del que tanto le ha estado hablando ella durante las últimas semanas. Cada año igual, se dice, y encaja su cuerpo en el estrecho sofá.

lunes, 5 de octubre de 2009

Diagnóstico acertado




Mientras aguarda los resultados de las pruebas clínicas, con los dedos cruzados y un ligero temblor en las rodillas, el paciente intenta tranquilizarse mirando los diplomas que cuelgan en las parades. El doctor, con frialdad, extrae del sobre una hoja repleta de gráficos, números y palabras incomprensibles, sellada y rubricada en la parte inferior, y carraspea antes de leerla.
- Umm... los análisis médicos no suelen equivocarse, joven, y aquí dice que uno de nosotros debería estar seriamente preocupado, porque le queda muy poco tiempo de vida –arroja a bocajarro el doctor, sin poder reprimir una sonrisa macabra.
- Pues espero que esta vez tampoco se equivoquen –contesta el paciente sacando la pistola de su bolsa de mano.